jueves, 26 de abril de 2012

Y tan efímero el mañana...


EL MAÑANA EFÍMERO

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y alma inquieta,
ha de tener su marmol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

Campos de Castilla, Antonio Machado (1913)

viernes, 6 de abril de 2012

Ser = Ser consumido

No tengo muy claro cómo le habría sentado a Berkeley que empleara su famosa sentencia  esse est percipipi para argumentar en el terreno de la sociología. Su intención era muy otra: afirmar que "ser es ser percibido" suponía, en el contexto de la teoría del conocimiento de este particular filósofo empirista, que no existe un mundo material y que no conocemos más allá de nuestras propias ideas. O dicho de otra manera: sólo existe aquello que se aparece a mi conciencia. Pero no es mi intención, ahora, hacer metafísica o gnoseología. 

Dicha afirmación puede ser reinterpretada desde una dimensión sociológica, e incluso psicológica: parece que la condición indispensable para ser (algo, alguien) en nuestra sociedad actual , es ser consumido (por algo o por alguien). Es decir: ser es ser consumido. Hemos dado un paso más: ya no es suficiente con ser consumidores, ahora también, si queremos existir (ser), tenemos que conseguir que los demás nos consuman  a nosotros mismos.

Pero para ser consumidos, primero, hay que ser consumibles. Y qué sea o no consumible  no lo determina el individuo, sino el mercado. De manera que nos encontramos en una situación compleja, pues debemos escoger el modo en queremos que los demás nos consuman, ya que en función de nuestro carácter consumible nos apareceremos de una manera u otra a las conciencias ajenas ( y a la nuestra propia).

Parece un trabalenguas, cierto, pero es que vivir y saber en qué consiste dicho verbo se está volviendo excesivamente complicado. Adonde quiero llegar, más o menos, es a la siguiente idea: el acto de consumir ya no se agota en sí mismo. No es suficiente con paliar deseos y necesidades infundados, ya no basta con poseer, desechar y volver a comprar. Ahora, el acto de consumir lleva aparejado el acto de configurarse como objeto de consumo, como producto o, simplemente, como cosa. De mis elecciones de consumo dependerá la manera en que me perciban los demás y, más triste aún, la manera en que me perciba yo. Alucinante, ¿verdad?

Pero nada de esto es nuevo. Sartre ya lo advertía al analizar la importancia de la mirada del otro, que de alguna manera nos obliga a negociar con nuestra libertad. Los individuos no vivimos desconectados los unos de los otros y en esa medida es absurdo (e imposible) tratar de configurarnos de manera independiente. Esa libertad de la que disponemos, ese carácter indeterminado y abierto de la naturaleza humana, exige de nosotros el estar tomando decisiones constantemente. De esas decisiones depende lo que yo sea y lo que el resto del mundo perciba de mí. Y existe el riesgo, dice Sartre, de caer en una cierta erótica que nos haga mostrarnos ante los demás como "objetos" en lugar de "sujetos", con lo cual incurriríamos en nuestra propia anulación. 

Sartre no podía estar más en lo cierto: vivimos condenados a la elección... Sólo que las decisiones que tomamos ya no delatan nuestra libertad sino nuestra servidumbre y lealtad al mercado. Elijo un pantalón, un perfume o un reloj, un libro, un cd o un viaje, y al hacerlo compro también mi identidad, la cual, en un gesto aún por retorcer, será consumida por otros.