lunes, 17 de junio de 2013

Hannah Arendt en el cine...


Hace pocos días asistí a la proyección de la película Hannah Arendt , de Margarethe von Trotta, con motivo de la  27 Muestra Internacional de Cine y mujeres de Pamplona, organizada por IPES y Cines Golem. Magnífica caracterización del personaje...

Hannah Arendt, como dijo Fina Birulés en la presentación de la película, sorprende por su capacidad para "situar el foco de una cuestión donde antes no nos habíamos atrevido a mirar". Asimismo, en su afán por comprender los hechos históricos y las conductas humanas, adopta una postura estrictamente analítica, desprovista de sentimentalismos, que si bien pudiera resultar para algunos de un elevado valor intelectual, para otros se convierte en una actitud de reprobable complicidad. Máxime cuando las palabras que entran en juego en el discurso tienen la magnitud de holocausto o genocidio. En cualquier caso, resulta prácticamente imposible quedar indiferente... Si bien se puede no estar de acuerdo con la filósofa judío-alemana, su obra es siempre una invitación a repensar la historia, e incluso a pensar aquellos sentimientos que nacen de ella y se asientan sobre un pueblo, una cultura y/o una generación. En efecto, la película se centra en la cobertura por parte de Hannah Arendt del juicio de Adolf Eichman en Jerusalén, como corresponsal para la revista The New Yorker a petición propia, y en el proceso de gestación de la obra resultante: Eichman en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1961).

La conclusión fundamental alcanzada por Arendt  es la siguiente: el mal no se personifica necesariamente en un psicópata, un megalómano o un montruo. El mal se filtra en cada época de acuerdo a las circunstancia, adoptando facetas nuevas e inadvertidas, de tal manera que no resulta fácil combatirlo. En este sentido, Adolf Eichman, teniente coronel de la SS nazi y uno de los principales ejecutores de la Solución final al problema judío, no se habría percatado, según Arendt, de la barbaridad y malignidad de sus actos. Por el contrario, tal y como el propio Eichman alegó repetidas veces durante el juicio, se limitaba a "cumplir con su deber".  Resulta una idea indigesta. Incómoda y sospechosa. Hiriente, incluso. ¿Cómo aceptar que se trataba del "perfecto burócrata", una persona normal que cumplía con su trabajo? Sencillamente, aquella idea no resultó aceptable. De hecho, Hannah Arendt se vio expuesta a continuas críticas y acusaciones, algunas incluso provenientes de sus amistades más cercanas. Por otro lado, al mantener que los hechos acontecidos no se repiten jamás, pareciera estar asumiendo la importancia del papel que desempeña la memoria histórica a la hora de evitar catástrofes humanas. Sin embargo, vuelve a sorprendernos: es la apariencia del mal la que no se repite, sin embargo, la memoria histórica no nos capacita para combatirlo. ¡Zas!

Ahora bien, decir que un individuo es perfectamente susceptible de ejecutar acciones malévolas en el pleno de su vida cotidiana y sin tomar conciencia de ello no le resta valor al papel que desempeña la justicia (y sus instituciones) en cualquier sociedad imaginable. Y decir que el mal no se combate con la memoria histórica no supone una defensa del olvido motivado de aquellos acontecimientos que marcan el curso de la humanidad...


En su defensa, podría añadirse que su teoría del "mal banal" consiste en un replanteamiento de la visión sustancialista del mal, problema viejísimo en la metafísica y la religión occidentales, que obsesionó a Hannah Arendt durante gran parte de su vida.

Pensemos en estos tiempos de exaltación de la paz y la no-violencia... ¿qué aspecto ha cobrado el mal en la historia reciente de occidente? Nunca está de más apelar a nuestras conciencias para estar alerta ante su presencia.