lunes, 19 de marzo de 2012

Historia y justicia intelectual


Formarse un criterio acerca de la obra de un  autor es complicado. En primer lugar, la historia del pensamiento está preñada de interpretaciones. En segundo lugar, se han cometido numerosas injusticias intelectuales. Por si esto fuera poco, acudimos con bastante frecuencia a manuales o fuentes secundarias y, si leemos directamente al autor, en numerosas ocasiones lo hacemos a través de traducciones que parten ya de una perspectiva determinada. Si a esto le sumamos la facilidad con la que puede publicarse un libro y la cantidad de información a la que podemos acceder por medio de la red, estamos muy lejos de poder alcanzar una visión objetiva.

Y sin embargo, tratar de conseguirlo puede llegar a ser una aventura emocionante: cada capa con la que está recubierto un autor es sintomática de un época y una tendencia y, al despojarle de ella, sabemos estar cada vez más cerca de nuestro objetivo. Esa sensación de redescubrir a un autor es quizá lo que nos acerca verdaderamente a él. Y cuando escribo esto se me vienen a la cabeza unos cuantos nombres: Aristóteles, Maquiavelo, Hume, Spinoza, Nietzsche, Sartre... 

Finalmente, no pondré el punto a esta entrada sin haber señalado otro aspecto importante: la mujer prácticamente no figura en nuestra historia del pensamiento. A ella no hay que redecubrirla sino descubrirla aún por primera vez. Valgan también sus nombres: Hipatia, Olimpe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Rosa Luxemburgo, Edith Stein, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Judith Butler, María Zambrano...


jueves, 8 de marzo de 2012

Sobremodernidad y no-lugares


MarcAugé, de profesión etnólogo, acuñó el concepto no-lugar, en su obra Los no lugares. Espacios del anonimato (1993), para referirse a los espacios de transitoriedad que no tienen suficiente importancia en la vida del ser humano como para ser considerados estrictamente “lugares”. Esta distinción entre lugares y no-lugares tiene un sentido antropológico, dice Augé: en un no-lugar, no ocurre nada trascendental para la vida del individuo, no hay aportes vitales. 
La existencia de los no-lugares es la consecuencia de la aceleración de nuestra sociedad y de la historia. Dicha aceleración se traduce, a su vez, en una superabundancia de acontecimientos imprevisibles para los economistas, los historiadores o los sociólogos. Esta situación constituiría el verdadero problema del ser humano de los siglos XX y XXI. El exceso de acontecimientos es acompañado por un exceso de información acerca de los mismos, y lograr una perspectiva común es imposible. La historia pierde de esta manera su linealidad, pues evoluciona en todas las direcciones y desde todos los puntos del planeta. Era fácil, en la modernidad, pensar la historia en términos de progreso, pues la historia se tenía por objeto a sí misma. En el presente, los hechos ocurren inesperadamente y antes de poder ser analizados han tenido lugar otros nuevos. Ante esta situación, se ha producido una individualización de las referencias: el individuo interpreta para y por sí mismo las informaciones que recibe. Asistimos, dice Augé, a una constante producción de sentido.
Estas tres características (aceleración, superabundancia de acontecimientos, individualización de las referencias) definen la sobremodernidad. La hipótesis que Augé mantiene es que la sobremodernidad, debido al exceso, ha generado ese tipo de espacios que no son en sí lugares antropológicos sino lugares de tránsito: autopistas, gasolineras, aeropuertos, pisos de alquiler, metros, campamentos de refugiados… El carácter de provisionalidad de estos lugares hace que sean vividos de manera superficial o, mejor dicho, no vivenciados. Sin embargo, “en la realidad concreta del mundo de hoy, los lugares y los no-lugares se entrelazan, se interpenetran (…) la experiencia del no-lugar es un componente esencial de toda existencia social”. 
Otras cuestiones de interés tratadas por Augé a este respecto son la invasión del texto en el espacio (letreros en los supermercados, pantallas en los escaparates, paneles publicitarios en las carreteras…) y la paradoja del mantenimiento del anonimato en los no-lugares, a costa de la identificación. Pongamos por caso un aeropuerto: los mensajes deben ser provisionales (publicidad), pues están dirigidos a individuos provisionales (viajeros), los cuales no se conocen entre sí (anonimato) y, sin embargo, han sido todos previamente identificados (DNI). He ahí la paradoja: no hay anonimato sin control de la identidad. El espacio del no-lugar no produce identidad, pero la demanda. Si acaso, lo que produce es soledad y similitud. 

La sobremodernidad se caracteriza, una vez más, por albergar todo tipo de paradojas...