MarcAugé, de profesión etnólogo, acuñó el concepto no-lugar, en su obra Los no
lugares. Espacios del anonimato (1993), para
referirse a los espacios de transitoriedad que no tienen suficiente importancia
en la vida del ser humano como para ser considerados estrictamente “lugares”.
Esta distinción entre lugares y no-lugares tiene un sentido antropológico, dice
Augé: en un no-lugar, no ocurre nada trascendental para la vida del individuo,
no hay aportes vitales.
La
existencia de los no-lugares es la consecuencia de la aceleración de
nuestra sociedad y de la historia. Dicha aceleración se traduce, a su vez, en
una superabundancia de acontecimientos imprevisibles para los
economistas, los historiadores o los sociólogos. Esta situación constituiría el verdadero problema del ser humano de los siglos XX y XXI. El
exceso de acontecimientos es acompañado por un exceso de información acerca de
los mismos, y lograr una perspectiva común es imposible. La historia pierde de
esta manera su linealidad, pues evoluciona en todas las direcciones y desde
todos los puntos del planeta. Era fácil, en la modernidad, pensar la historia
en términos de progreso, pues la historia se tenía por objeto a sí misma. En el
presente, los hechos ocurren inesperadamente y antes de poder ser analizados han tenido lugar otros nuevos. Ante esta situación, se ha producido una individualización
de las referencias: el individuo interpreta para y por sí mismo las informaciones
que recibe. Asistimos, dice Augé, a una constante producción de sentido.
Estas
tres características (aceleración, superabundancia de acontecimientos,
individualización de las referencias) definen la sobremodernidad. La hipótesis que Augé mantiene es que la
sobremodernidad, debido al exceso, ha generado ese tipo de espacios que no son
en sí lugares antropológicos sino lugares de tránsito: autopistas, gasolineras,
aeropuertos, pisos de alquiler, metros, campamentos de refugiados… El carácter de
provisionalidad de estos lugares hace que sean vividos de manera superficial o,
mejor dicho, no vivenciados. Sin embargo, “en la realidad concreta del mundo de
hoy, los lugares y los no-lugares se entrelazan, se interpenetran (…) la
experiencia del no-lugar es un componente esencial de toda existencia social”.
Otras
cuestiones de interés tratadas por Augé a este respecto son la invasión del
texto en el espacio (letreros en los supermercados, pantallas en los
escaparates, paneles publicitarios en las carreteras…) y la paradoja del
mantenimiento del anonimato en los no-lugares, a costa de la identificación. Pongamos por caso un aeropuerto: los mensajes deben ser provisionales
(publicidad), pues están dirigidos a individuos provisionales (viajeros), los
cuales no se conocen entre sí (anonimato) y, sin embargo, han sido todos
previamente identificados (DNI). He ahí la paradoja: no hay anonimato sin
control de la identidad. El espacio del no-lugar no produce identidad, pero
la demanda. Si acaso, lo que produce es soledad y similitud.
La
sobremodernidad se caracteriza, una vez más, por albergar todo tipo de
paradojas...