viernes, 23 de noviembre de 2012

Reivindicación del conocimiento estético (I)


Caja metafísica, Jorge Oteiza (1958)

Si bien la "cultura" del consumo de arte es un hecho consolidado y una moda ya duradera, la tarea de reivindicar el conocimiento estético como una forma auténtica de acercamiento a la realidad no ha tenido todo el éxito que algunos filósofos y artistas hubieran deseado. Por otra parte, acostumbrados a los discursos "racionalizantes", como estamos, nos resulta muy difícil apreciar el alcance del discurso estético. Aunque, por suerte, algunas personas tienen el don de esclarecer el pensamiento de quienes, siendo brillantes, no participan de la "manía" de querer hacerse entender por todos. Este era el caso de Santiago Amón, capaz de hacer inteligible, sin desvirtuarlo, el discurso estético de un Oteiza o un Heidegger.


Heidegger delante de su cabaña en Todtnauberg, en la Selva Negra alemana.

El siguiente fragmento visual me ha resultado de lo más revelador. La estética se presenta como una forma de conocimiento y el arte como una verdadera actividad ontológica, capaz de producir realidad. El tratamiento del espacio, que en Heidegger deviene "lugar" para el acontecer humano, adquiere una dimensión metafísica en el caso de la escultura de Oteiza. Aunque será mejor prestar atención a Santiago...


En cualquier caso, siempre merece la pena visitar la Fundación-Museo Jorge Oteiza, en Alzuza (Navarra). Su arquitecto, Sáenz de Oiza, ideó un edificio que, además de integrar la casa-taller donde el escultor vivió y trabajó durante años, supuso una prolongación artístico-ontológica perfecta de su obra. Ahí queda la recomendación...



jueves, 15 de noviembre de 2012

"Profe, no me hagas pensar..."

Es una pena que esta profesión, la de docente, haya perdido por completo el respeto de nuestras instituciones y , en gran medida, el de la ciudadanía. Aunque es evidente que lo uno lleva a lo otro... Y cuando se repara en la docencia, apenas se profundiza en la cuestión vocacional. ¿De veras es tan difícil entender que a alguien le pueda apasionar la labor de transmitir el saber? ¿Que el desinterés y la apatía de los adolescentes cause frustración y desesperanza? ¿Que los profesores vean afectada su autoestima y busquen incansablemente, entre tantas miradas ajenas a su discurso, un par de ojos que parezcan tener esa rara propiedad que han perdido los oídos? 

Acaban de estrenar en nuestros cines la nueva película del director François Ozon, Dans la maison. Confieso haberla visionado desde la óptica de alguien que, compartiendo profesión con uno de sus protagonistas, no puede evitar buscar la identificación. Y he llegado a una conclusión fatal: sencillamente, nuestra vocación está en peligro de extinción.

Me pregunto cómo es posible afrontar, desde mi posición, el nuevo dictado adolescente: "profe, no me hagas pensar". Ante una apelación de tal envergadura, me tiembla el ánimo. De veras, necesito  saber si existe una manera mejor de enseñar que tratando de hacer pensar... Sin embargo, no es con ellos con quien debo enfadarme, lo sé. Ellos no tienen la culpa. Si llegan al final de la educación básica obligatoria sin haber usado la cabeza más que para peinarse (¡y madre mía qué peinados!), es porque nuestro sistema educativo así lo ha diseñado. Ocurre que ellos son las víctimas, junto con sus profesores, de un sistema educativo instrumentalista y de sesgo ideológico (pues crear individuos-no-pensantes forma parte de una determinada ideología). Y si ellos no quieren pensar, ¿qué debo hacer yo? Se habla de motivar al alumno, utilizar metodologías más dinámicas, afrontar los retos pedagógicos de la generación presente... Resumiendo: entretener, divertir y fingir que ser adolescente es un estado definitivo, algo así como una entelequia.

Nada de eso, entonces. ¿Quién dijo que aprender es tarea fácil? ¿Quién dijo que sería divertido? En estos días disfruto más que nunca explicando a Platón: "chavales, seamos sinceros, el conocimiento requiere esfuerzo, dedicación". Y también a Aristóteles: "si nos caracterizamos frente al resto de seres vivos por las potencialidades de nuestra razón, no hacer uso de ellas nos vuelve indignos, o lo que es lo mismo, nos rebaja a nuestra más pura animalidad".

De indignos y animales ya estamos bien servidos; no creo que mi labor profesional (y mucho menos mi vocación) sea la de contribuir a incrementar su número. Por mi parte, seguiré tratando de "despeinar" a mis alumnos, aunque esto me suponga un enfrentamiento diario. Pensándolo bien, ¿quién dijo que la labor de enseñar era tarea fácil?