Sócrates, por
todos es sabido, era un individuo bastante feo. A Nietzsche le llamaba la
atención que lograra sobreponerse a su propia fisonomía, pues de una
naturaleza tan poco bella nada “bueno” cabría esperar. La manera en que
Sócrates logró vencer sus inclinaciones dionisíacas fue erigiendo la razón en
dueña y señora de su vida. Por desgracia, el resultado se ha proyectado al
resto de individuos que compartimos la cultura occidental, esa cultura sesgada
y decadente de la que Nietzsche reniega y de la cual Sócrates habría sido el
iniciador… Si bien nos
enorgullecemos de aquello que nos distingue del resto de especies vivas, la
razón, renunciar a nuestra otra mitad no delata demasiada inteligencia. Razón y
sentimientos, verdad y mentira, placer y dolor, vigilia y sueño, sobriedad y
embriaguez: la vida no se resuelve en uno de estos polos, ni tampoco se
sintetiza a partir de ellos. La vida es dinámica y se compone de ambas
corrientes, de ambos flujos. De su infinita combinatoria se nutren las
experiencias humanas.Nuestra
cultura pretende descansar en la razón y proclama valores poco afines a la
vida. Sócrates, de hecho, terminó por renunciar a la suya propia. Lo más triste
es que esa hembra engañadora, como la definió Nietzsche, ya no puede ocultar
por más tiempo sus mentiras y no hacemos nada por asumirlo. El rencor y la tristeza
provienen de nuestra incapacidad para asumir alegremente el carácter “trágico” de
la vida. Sólo quien emprende dicha tarea, consigue recuperar el valor de estar
vivo.
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